Trabajar desde casa significaba que podíamos variar las pausas para el café y la merienda, cambiar de mesa o de vista, hacer el tonto, beber en el trabajo, incluso pasar el día en pijama, y a menudo reunirnos para cotillear o compartir ideas. Por otro lado, nos mandábamos a nosotros mismos, nos marcábamos objetivos imposibles y exigíamos más horas de las que suelen implicar los trabajos de oficina. Era el último "horario flexible", en el sentido de que dependía de lo flexibles que nos sintiéramos cada día, teniendo en cuenta los plazos, las distracciones y los crescendos de la adicción al trabajo.
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